Últimamente, cada vez que me reúno con los amigos a tomar algo acabamos discutiendo sobre cómo salvar el mundo: la efectividad de tácticas de acción a partir de lo micro o de lo macro, actividad política según las normas del sistema o aprovecharse de ellas para trabajar desde la subversión, estrategias a corto o a largo plazo… No tan teóricas, pero con carices similares, son las conversaciones de sobremesa tan típicas de la Navidad (aunque éstas suelen acabar con cabezas de gambas volando por el comedor y alianzas de poder entre cafés).
En esto consisten mis vacaciones (como casi las de todo hijo de vecino), sin embargo este año algo cambió. Eso de la precariedad, de lo que ya estamos cansados de quejarnos pero que uno intenta dejar a un lado en momentos de privacidad, dejó patente su poder expansivo. No sólo al verme obligada a cenar con el ordenador al lado para cerrar proyectos pendientes, sino también al percatarme de los abismos afectivos y pérdida de confianza con mis seres queridos, resultado de la falta de comunicación. Somos fábricas de producción que no podemos parar el ritmo, dedicados a la lucha por la supervivencia en el día a día y abocados a la quiebra emocional ¿Cómo trabajar desde el “nosotros” si no podemos dedicar tiempo a alimentar esas relaciones? ¿Cómo sobrevivir individualmente sin la ayuda del “nosotros”? Estamos ante la pescadilla que se muerde la cola…
“En el mundo industrial esta forma límite de explotación se producía a través del agotamiento causado por el trabajo. En el mundo conexionista, ese extremo se manifiesta en el agotamiento de relacionarse, en la progresiva incapacidad no solo para crear nuevos vínculos, sino también para mantener los existentes (alejamiento de los amigos, rupturas de lo lazos familiares, divorcio, absentismo político). ¿No es este el naufragio absoluto, la condición del “excluido” tal como se da hoy día?”
L. Boltanski / E. Chiapello: El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, 2002, p.183
Últimamente, la palabra que más enuncio es la del “disculpa”. Una disculpa por no escribir, por no llamar, por no poder gestionar como se debe esa dedicación hacia los míos. Tarea ardua cuando la mayor parte del tiempo lo dedicas en hacer de “intento de profesional”, de activista implicada socialmente,… ¿Para cuando regresar al rol de “hija”, “hermana”, “amiga” o “pareja”? No hay separación entre lo público y lo privado, todo ha sido devorado por las fauces de la inestabilidad (económica y emocional) y es ahora cuando más acusa una crisis de afectos.
Tiempos revueltos donde difícilmente mantener cierta estabilidad en las relaciones personales. Tener mascota es un lujo ya que no hay dinero para mantenerla ni espacio habitable o adecuado que ofrecerle. Tener pareja es una utopía, ya que el verse obligado a emigrar ha pasado de ser una posibilidad remota a un asfixiante salvavidas; y cuando se tiene, la convivencia se convierte en un campo de batalla sometido a la continua apelación de las dificultades laborales. El malestar que te mina anímicamente. ¿Cómo conseguir mantener ese «nosotros» si tenemos el virus del miedo en el cuerpo? Miedo a tocar y a ser tocado, causado por la incapacidad por mantener cualquier vínculo.
Este texto es una manera de detectar el problema y decirles a todos aquellos que han sentido mi ausencia que intentaré remediarlo, ya que…
“No se trata de sumar nuestro malestar y reconocernos en él como en un grupo de terapia colectiva. El reto es hacer de él una dimensión impersonal que nos atraviesa sin apoderarse de nosotros. Ahí empieza una política nueva capaz de formular con acentos nuevos la pregunta por el nosotros.”
(Marina Garcés: Vida Sostenible, Espai en Blanc, nº3-4.)
¡Os quiero y llevo conmigo!